domingo, 25 de septiembre de 2011

La Maldita Costumbre

Los deseos me están apretando el cerebro, lo siento en el corazón, el cual ya no late con aires de amor y tolerancia. Me pregunto frecuentemente que he hecho para que mi existir fuese tan errante, y no encuentro razón alguna. Es quizás por eso que mi cerebro late, y mi corazón piensa, o mis pies piensan y mis brazos laten, mi cerebro camina lejos de mi, y me corazón toca el piano. Eh de andar desconfigurado, supongo, desde aquel día, supongo, y digo supongo, porque todo esto lo supongo, no porque lo sepa, si lo supiera no lo supondría. Viendo mi problema, el medico me recomendó no pensar por un tiempo, que todo se iba a acomodar, solo tengo que dejar de pensar. Un cuerpo sin capitán, le dije. No pienses más me dijo el. Fue así que me desconfiguré, pensé al tiempo de no pensar en nada. ¡Que bien se siente pensar!, pensé, y entonces pensé en el medico, en las instrucciones que me dio, y pensé en vos, como casi siempre que pienso, ah cierto... por eso no pensaba más... por vos, por el deseo de tenerte cerca, de besarte, de mirarte, o de no pensar más.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Mientras cruzo un río

Yo mientras cruzo un río puedo, también, volver de un entierro donde la cara de un niño descansa sobre un ataúd pequeño, de madera cortada de un árbol pequeño.
La madera de los ataúdes pequeños sale de árboles pequeños. La madera que entierra a los niños sale de árboles niños; y si no es así, debería serlo. Algo tiene que doler en el mundo, alguien tiene que pegar un grito sagrado; cuando muere un niño que no nació, que no río, que no bebió, que no engañó.
No creo que baste con mi soledad eterna, que en verdad estaba desde antes y por eso es eterna hacia adelante pero también hacia atrás. No creo que baste con volver del entierro con las manos de mi mujer rascándose el tobillo ni con mi otro niño, el que vive, durmiendo y rebotando su cabeza por los pozos del camino.
No creo que baste con la no conversación que nos envuelve como una bolsa de las compras alrededor de nuestras cabezas, ni con la calle detrás de la ventana ni con el perro que pasa y mira la nada o con el mundo que no miramos.
No, no creo en eso. Creo que debería haber un ritual; pero no un ritual humano. Ni siquiera un ritual animal o vegetal. Sólo el ritual impulsivo de una tierra que hace un sacrificio. Que deja que muera junto a un niño, también trunco, un proyecto de árbol que no va a correr a buscar la luz, que nunca va a ser sombra, que no va a beber nunca del agua del río. Algo que justifique la vida que no fue, el estatismo, el no alcohol en las no venas de un niño que podría haber sido tonto, que podría haber sido mudo, que podría haber sido el más consecuente lacayo de un patrón obeso, sudado y pedorrero o el más guerrero de todos los revolucionarios del desierto.
Así, palabra tras palabra, letra por letra, sonido tras sonido: toda esa víbora de pensamiento, todo ese hilo enmarañado, ese gusano maldito puedo tener en la cabeza cuando se suceden, en este orden: la vida, la muerte, la búsqueda, la muerte, la vida y la persecución.
Todo ese polvo sucio de ideas puedo tener dentro mío mientras cruzo un río rascándome la nuca. Como si cruzar un río fuera cruzar un río: como si todos los hombres del mundo hubiésemos hecho un conjuro, un pacto secreto en el que todos juramos no decir nada a nadie de nosotros o del mundo. Como si todos durmiéramos la siesta, mirásemos un burro, laváramos la ropa o cruzáramos un río realmente.
Yo, frente a todos los hombres, rompo el pacto y digo: cuando cruzo el río, en verdad busco a mi niño muerto, en verdad busco a mi mujer y a mi otro niño, a quien dije que nunca nadie le haría daño.
Pero mientras cruzo un río también puedo hacer algo más valiente: puedo ir desde mí hacia el desierto, volar sobre la tierra, volver al entierro, volver a la casa y volver a mí a decirme la verdad en la cara.
Pararme frente a mí, encontrarme conmigo después de una curva en el camino, detrás de una loma o junto a un cajón en el río. Pararme frente a mí para encandilarme a mí mismo, como una liebre ante unos faros en la noche. Y ser los faros y la liebre al mismo tiempo. Y romper no sólo el pacto con el resto de los hombres sino esta vez romper el pacto conmigo.
Tocar mi nuca con mis mismos dedos y buscar, entre el polvo, el sudor y la sangre: un agujero. Y espantar de un golpe el horror de decirme en verdad que a quien busco y a quien persigo, sin querer saberlo, es al hombre que me quitó la vida, para que también sienta el desierto de estar muerto.

motivado por el cuento "El hombre", de Rulfo.

por lucas

jueves, 15 de septiembre de 2011

Fugnitivo

Es dificil de entender como podes conocer a alguien, y luego redescubrirlo y reconocerlo, y luego lo mismo una y otra vez hasta que se conocen. "A mi no me suena tan dificil de entender", "Vos sos un gil" le dije, y no nos hablamos más en 25 años, el dia que nos reencontramos segui con la charla desde donde la habia dejado, pero no era lo mismo, yo ya no conocia a ese ser que frente a mi se presentaba como mi amigo, no vei sus ojos en sus ojos... sus ojos,"¿Quien está ahí?" Pregunte, "¿No me reconoces?" Pregunto el, "No" le dije.