miércoles, 25 de febrero de 2009

Glaciar

Vacas del lago,
rinocerontes blancos,
mudos.
Se desprenden para morir.
Solos.
Lejos de sus viejos sabios,
los que retroceden,
los que vuelven a la montaña,
los que parten al inicio.
Los que guardan el secreto.

El hombre dispara,
consume,
quiere devorarlos y meterse dentro de ellos.
Quiere ser piedra.
Quiere darlos vuelta.

Ellos caen,
se esconden,
susurrandose lenguas muertas.
Parten,
detrás del bosque,
con sus barbas azules.

Ellos despiden a sus hijos,
que vagan por el lago
como en una cinta mecánica.
Los brazos de costado,
las manos en el agua,
el inmenso cuerpo inerte escondido.

Los hombres gordos,
con sus parejas,
los miran desde el arca.
Aburridos, con hambre.
Odian el asfalto del que vienen
y el que los espera.
Quieren ser más jóvenes,
quieren haberse dado cuenta antes,
quieren tener más vidas;
quieren morir más veces.

Los viejos sabios se abrazan,
se toman de las manos y bajan los párpados desde lo alto.
Otra vez (mientras ríen) retroceden en silencio.

por lucas

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