miércoles, 20 de julio de 2011

Un joven se va

El tren se pone en movimiento mientras termina de amanecer en silencio. De a poco va quedando atrás la estación, el cartel de Chacabuco y también mi última noche y con ella las lágrimas de Eloísa, su respiración corta, sus ojos rotos y su frase perdida de que me va a esperar, mientras yo soñaba ya con las mujeres que me esperan.

No supo ella, o no quiso saber o no pudo entender que yo me libraba fácil del abrazo porque hacía tiempo que había partido y prefirió creer otra cosa con su tímido “ya sé que te cuesta”. Yo también se lo dejé creer y encendí ese último cigarrillo que ella olió como nostálgico y para mí era un punto de partida. Miré la ciudad desde el 504 verde y las luces de las casas me parecieron tan pocas que recordé cuando me parecían muchas. Vi los ojos de Eloísa mirando las mismas luces y vi en ellos mi regreso y ella esperando en la estación y la dejé creer para no empezar a decir cosas sin sentido.

Bajé del auto para orinar el vino de quince pesos que elegí de pasada en el almacén y miré cómo se mojaban las raíces del árbol y pensé cómo sería orinar en el asfalto.

Eloísa todavía en el auto, queriéndome sin vergüenza. Cuando volví a subirme me dio un beso suave que terminó con labio firme y su mano en mi nuca. Yo, sabiendo que era nuestro último beso y ella creyendo que sellábamos ahí mismo mi regreso.

La dejé en la puerta de su casa y la miré desde adentro: Eloísa sin pena ni gloria. “Ya te sabrán querer”, pensé.

Cuando di vuelta la esquina, se había ido para siempre y sentí que se iban con ella su pollera nueva, sus rodillas fofas y sus tetas; pero también se iban mi vieja con sus galletitas Lincoln, mis discos de pasta, los cigarrillos arriba del tanque, mis dioses de la infancia, la cara mojada del Topo en el bebedero, la cuenta eterna en el almacén de Bartolo, las manos gruesas de Juana planchando mi ropa, la cama de arriba, una escalera de mármol y las orejas rojas de mi viejo gritando los goles de Boca.

por lucas

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