martes, 2 de diciembre de 2008

Bicho Bolita III (un cuento en partes)

Matías tenía la cabeza grande pero más grande todavía las orejas. Cuando se enojaba le nacía de nuevo una mancha de nacimiento que sólo se le veía en ese momento y la vena se le hinchaba tanto que parecía un sapo. Las cosas por las que se enojaba eran: por que le mojen la remera, por que le peguen en la espalda fuerte con arena. Le decíamos Azucarera y no le molestaba tanto si se lo decíamos los más amigos, pero se le hinchaba la vena si se lo decían para joderlo. También cuando era más chico, tenía los mocos muy verdes y no había una vez que saliera de abajo del agua de la pileta de mi abuela y no tuviera uno colgando. No le importaba mucho y se lo sacaba cuando le decían y lo tiraba en la pileta no tan lejos como todos querían. Más que nada las mujeres, pero a mí también me molestaba lo de los mocos aunque no lo decía. Matías era mi primo. Era de Boca pero su papá de River.

La pierna de mi hermano estaba entre la cara de mi viejo y yo. Colgaba de arriba y no se había dado cuenta de que todos los demás en la casa estábamos despiertos menos él que era más chico. Dormía con una remera de He Man un poco más grande que yo ya había usado pero no la usaba más. Roncaba un poco. Yo me pasaba la mano por los ojos y escuchaba como Tomás roncaba mientras mi viejo estaba por hablarme o esperaba que me termine de despertar.
La mesa de la cocina era muy grande, más grande que cualquier mesa que yo haya tenido después alguna vez en mi vida o hubiera visto antes de ese momento. El mantel de lejos parecía de tela pero estaba recubierto por un plástico como el forro con el que mi vieja cubría los cuadernos de comunicaciones. Esto hacía que las migas fueran más fáciles de sacar que en un mantel común y a mi vieja le gustaba mucho tanto que habría que tener uno de estos en casa pero te imaginás a nosotros con uno de estos en casa, y ella y mi tía se reían de lo que sería tener uno de esos manteles en casa o una de las sillas de mimbre pintadas de blanco con almohadones de tela con flores que había delante de la tele en la casa de Miramar. Mi mamá se sentaba en alguna de las sillas qué cómodas que son decí que son horribles pero la verdad que son comodísimas y ahí de nuevo se reían con mi tía o con alguna otra amiga vestida con traje de baño arriba y un short abajo, con ojotas yendo a misa.
Ahora no se reían. Yo miraba el mantel y mi viejo me traía un café en una de las tazas blancas de la casa de Miramar mientras mi vieja lloraba en el teléfono medio gritando en voz baja que es un horror, la verdad que es un horror, qué querés que te diga. Yo miraba el mantel y después las sillas blancas de mimbre para ver si el horror eran las sillas y el mantel y ahora venían las risas y mi tía pero lo único que llegó un rato más tarde fue mi tía con el auto en marcha que Gustavo está en la comisaría y nosotros ya estamos yendo para allá, los chicos duermen en el auto, lloraba mi tía.
CONTINUARá

por lucas

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